El viejo que siempre se sentaba junto a la barra masculló: “Creo que este era el sexto, demasiados... son demasiados. ¡Esta juventud!”. Mordió una rodajita de limón. Se mareó y se cayó al suelo con una mirada blanca como Nochevieja en el Polo Sur. No llegó a chupar el reguero de granos de sal que adornaban su mano. Sangró por la oreja derecha. Alguien dijo “llamad a una ambulancia”. Bebió su nuevo chupito de tequila. La gente se empezó a poner muy nerviosa al ver que no se despertaba. Entró en el bar con una sonrisa de oreja a oreja. El camarero soltó con voz de gallina clueca: “Pero, ¿cuántos se ha tomado?”. Una chica gritó. Le cubrieron con una de esas mantas que parecen un papel de Ferrero Rocher. “Todo ha sido por culpa de que no tomó la sal” pensé decir... pero me callé.
Macyo