Traspaso esas rejas que dejan atrás mi
libertad. ¿Libertad? Esa pérdida sólo es el principio…
A medida que van pasando las salas ante
mí - pues yo aún sigo estático, sin responderme ni a mí mismo- me
doy cuenta que todas mis pertenencias desaparecen.
Mi nombre es reemplazado por un número
entre tantos, un número que indica cuál es mi celda, mis bolsillos
son vaciados ante un señor que se apodera de mis más íntimos
tesoros.
Una vez dentro veo cómo voy perdiendo
la noción del tiempo, cómo voy perdiendo los días y los inviernos
y cómo voy perdiendo la fe…
Es una delgada línea la que se debe
cruzar para llegar a este instante, en el que te das cuenta que lo
único que no podrán llevarse será mi piel.
Esa piel que guarda las cicatrices que
gritan auxilio, las cicatrices que lloran, y las cicatrices que
suplican piedad.
Esa piel que mi mujer besaba cada
mañana y noche antes de dormir.
Esa piel que sudaba el alcohol de las
noches descontroladas.
Esa piel que perdió el control del
coche.
Esa piel que la mató.
No hacen falta rejas, ni celdas, ni
jaulas. Yo soy preso de mí mismo.
María Pérez Meneses
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