Era
principio de verano, cualquier niño o niña de 7 años estaría pegando saltos de alegría
por la llegada de las vacaciones, no tener que madrugar, no tener tareas, en
fin... disfrutar de esos tres meses. Pero no era mi caso, mis padres acababan de separarse.
Al principio, no sabía bien por qué, supongo que a esa edad no somos capaces de
comprender todo lo que nos rodea, así que a pesar de estar entristecida lo llevé más o menos bien.
Pasaba una semana con mi madre y otra con mi padre, en un primer momento no me
molestaba, me sentía bien con los dos, aunque fuera por separado. Sin embargo,
todo cambió un día del mes de agosto, esa semana la estaba pasando junto a mi
padre, durante el día habíamos ido al cine y me había comprado un vestido que
me encantaba.
La verdad es que me consentía en todo, era
su niña. Para mí era el padre ideal. Pero llegó la noche, y un ruido me despertó, la lámpara del salón estaba
encendida, así que salí y fui hacia allí. Vi a mi padre cerrando la puerta y con
una botella en la mano, su mirada era distinta, su expresión me asustaba, y sus
palabras me hirieron más que cualquier
golpe… :¡Ojalá no hubieras nacido nunca!
Me quedé muda, noté cómo las lágrimas
caían por mis mejillas, se me vinieron a
la mente todos los momentos que habíamos pasado juntos , cada cumpleaños, cada
abrazo, cada beso...¿ En qué se había convertido? ¡Qué triste fue conocer la
verdadera realidad!
María M.
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