Nunca supe dónde y cuándo me equivoqué, pero de seguro algo falló. Será, tal vez, en la educación transmitida, en el amor no dado en la medida de la necesidad, en el acompañamiento a medias cuando más lo necesitaba o quizá sea en el exceso de celo por buscar la perfección. Pero lo cierto es que, hoy, lloro e imploro en silencio cuando alguien me recuerda que mi hijo bebe más de la cuenta. Un desgarro en el alma se apodera entonces de mi fragilidad y me quiebra en cientos de pedazos inermes.
Eduardo A.
Un relato lleno de sentimiento que me ha despertado la emoción que un padre puede sentir al conocer que su hijo bebe, seguramente beberá demasiado y por ello su padre se siente tan mal. Intento imaginar y ponerme en la piel de ese padre que sabe que hijo se emborracha fin de semana tras fin de semana y se me pone la piel de gallina. Ese padre que no sabe si su hijo volverá a casa o si llamarán a su teléfono para decirle que ha sido hospitalizado, o mucho peor, que le han encontrado muerto... Es un relato que deberían leerlo todos aquellos adolescentes que piensan que el alcohol te alegra la vida, e intenten ponerse en el papel de sus padres, a ver si ellos lo pasarían bien cuando sus hijos hicieran lo mismo que ellos.
ResponderEliminar